Autora invitada: Lindsey Kenyon

Cuando estaba en la escuela intermedia, mi papá pasaba a recogerme por la escuela algunos días.

Vivíamos lo suficientemente cerca de la escuela como para que yo caminara — pero “lo suficientemente cerca” dependía de quien lo preguntara. Una milla y media no parece muy cerca cuando tienes 12 años, vas llevando una mochila pesada y ya vas cansada después de haber corrido una milla en la clase de gimnasia. Odiaba tener que caminar a casa.

En el comienzo, me sorprendí de ver que me llevaba a casa, pero luego se tornó parte de nuestra rutina. Sabía que podía contar con él para que me llevara de regreso a casa los días que eran demasiado calurosos, o demasiado fríos o cuando había tenido varios exámenes.

No me había dado cuenta lo que esto representaba para mí en ese momento — el hecho de que mi papá había notado cuando odiaba caminar a casa y quería darme un respiro. Esos viajes siempre hicieron que mi día se sintiera mejor y nos daban tiempo para conversar, incluso cuando la conversación de parte mía fuese solo decir “meh” cuando él me preguntaba cómo me había ido.

Puedo pensar con claridad en los momentos en que mis padres estuvieron presentes para mí — como cuando me ayudaron a decidir qué hacer después de terminar la escuela secundaria y cuando me enseñaron a manejar. Pero, si me preguntaras qué fue lo que hicieron que realmente fortaleció nuestras conexiones, fueron los pequeños detalles — como esos viajes a casa desde la escuela, la ayuda con las tareas, que me dejaran escoger lo que cenaríamos como familia, que me preguntaran qué estaba leyendo y que me animaran a abogar por mí misma cuando sentí que una maestra estaba siendo injusta.

Las cosas importantes fueron geniales — hasta el día de hoy las aprecio — pero fueron las cosas más pequeñas, las acciones cotidianas las que me demostraron cuánto les importaba y que allí estarían para mí. Ningún otro momento se sentía más importante, porque habíamos formado juntos una base sólida para que yo creciera. Las cositas que mis padres hicieron desarrollaron en mi la confianza y crearon el espacio para que cuando yo necesitara apoyo o consejo, yo pudiera preguntar. Fue su ayuda la que me enseñó a resolver problemas que parecían abrumadores y a abogar por mí misma. El solo hecho de saber que los tenía de mi lado me ayudó a superar dificultades y a seguir esforzándome.

No tomó mucho esfuerzo de parte de mis padres desarrollar una conexión robusta conmigo y que fuese de apoyo. Fueron las pequeñas cosas que hicieron todos los días.

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